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17 de mayo de 2014

Veinte


Cuando se acerca el Mundial, una final de Libertadores o de Champions League, la última jornada del campeonato local o cualquier otro gran evento futbolístico, no faltan los detractores que salen a menospreciar el interés general que se palpa en el aire por el Deporte Rey, y lo vituperan reduciéndolo a la nadería más bobalicona que se les ocurre.
Pero quien dice que el fútbol son “veintidós boludos corriendo atrás de una pelota” no entiende nada, no sabe nada. La mera enunciación de la frase refleja un desconocimiento profundo sobre el balompié, su dinámica, sus actores, su lógica. Ninguno de estos superados contraculturales repara, por ejemplo, en la figura del arquero.
Los arqueros, uno por equipo, son tipos que no quieren saber nada con el balón, que respiran tranquilos cuando lo ven lejos y que sufren cuando se les viene encima. Al contrario que la mayoría de sus compañeros detestan su presencia, no sienten la necesidad de controlarlo, amasarlo, doblegarlo, obligarlo a hacer piruetas en el aire y conminarlo a una trayectoria curva, perfecta, hacia el ángulo recto de palo y travesaño. Todo lo opuesto: apenas toman la pelota, los arqueros la revolean lejos, con un pelotazo casi despectivo a la mitad de la cancha, como una amenaza (“no vuelvas por acá, no sos bienvenida”); y si sus coequipers se empeñan en pasársela para jugar corto, los arqueros sufren con los pies como un equilibrista sin red en la cuerda floja.
Los guardametas odian a la pelota. Le dan puñetazos, la tiran afuera del terreno de juego, la aplastan con su cuerpo contra el suelo, la alejan de sí todo el tiempo. Incluso la escupen, indirectamente, cada vez que empapan sus guantes de saliva antes de sujetarla. Y la insultan en susurros cada vez que tienen que ir a buscarla al fondo del arco, mientras ella parece sonreírles cómoda y burlona entreverada en la red.
Por eso, cuando alguien dice que el fútbol son veintidós boludos corriendo atrás de una pelota, no entiende nada. Son veinte, nada más.

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