Todo el mundo, en una u otra medida, conoce lo que es una
cena de empresa, de esas que se celebran a final de año. Borracheras
generalizadas, bromas del Jefe a los empleados y de los empleados al Jefe (con
revanchas personales incluidas), encuentros sensuales (o directamente sexuales)
entre compañeros de trabajo, peleas a golpe de puño, desapariciones misteriosas
y apariciones enfervorizadas, y un largo etcétera de anécdotas que se repiten
año tras año, empresa tras empresa (véase, por ejemplo, el reportaje ilustrado
de El Jueves).
Pero en toda cena de empresa hay un soso, un amargo, un tipo
aburrido que con su cara de Amanita
muscaria y su actitud avinagrada se aburre y aburre a los demás. Este
personaje es uno que se pierde todo lo que ocurre, aunque esté en una posición
privilegiada para presenciarlo: es como un Safety
Steward en los partidos de fútbol (esos que están vestidos con chalecos o
abrigos fluorescentes, mirando al público y de espaldas al campo de juego), que
están en un sitio inmejorable para ver el partido pero miran para el lado
contrario; al final, se enteran todo por rumores (un grito de gol, una ovación,
un abucheo, una silbatina) y solo comprenden totalmente lo que ha ocurrido una
vez que termina el encuentro y alguien se los relata.
El soso, realmente, no tiene claro para qué va a la cena de
empresa. Quizás un poco para no enfadar (y/o entristecer) al Jefe; o tal vez para
no aguantar a algún compañero pesado que le insiste y le insiste para que vaya.
En cualquier caso, se lo toma como una suerte de obligación, un trámite que
debe cumplir anualmente, como hacer la declaración de la renta, pasar la
revisión del auto o controlarse las caries.
Para un tipo así, ¿qué es la cena de empresa? ¿Cómo se ve
este evento a través de sus ojos? Es muy simple. Para el soso, la cena de
empresa es un ritual absurdo con unas etapas claras y definidas, en las que no
pasa nada sustancial para el destino del universo, a saber: