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27 de abril de 2012

Los habitantes del Tercio Norte



No se sabe exactamente quiénes son. Algunos sostienen que se trata de una secta, una hermandad secreta o un grupo de iniciados; otros creen que son simplemente miembros anónimos de una red descentralizada, como pequeñas células terroristas de la desdicha; la mayoría, sin embargo, piensa que apenas son un recurso metafórico, una manera de designar a los que deben llevar el peso de una triste y caprichosa maldición. Solo una cosa es clara: los habitantes del Tercio Norte existen.

Todo comenzó, como casi siempre, con una observación curiosa sobre una realidad eterna. En el pronóstico del tiempo, por enésima vez, el mapa de España aparecía cubierto de soles y temperaturas agradables… excepto en el tercio norte. Una y otra vez, los meteorólogos de la televisión y la radio repetían la dichosa frase, siempre distinta, siempre la misma:

“Soleado en la mayor parte de la península, exceptuando el tercio norte donde estará principalmente cubierto con riesgo de chaparrones…”

“El buen tiempo reina en todo el territorio, a excepción del tercio norte ya que una borrasca entra por el Atlántico…”

“Nubes y claros, poco riesgo de precipitaciones, menos en el tercio norte donde se esperan lluvias abundantes…”

“Se anticipa un fin de semana ideal para realizar deporte y actividades al aire libre, aunque no en el tercio norte, donde el mal tiempo dejará frío, granizo e incluso nevadas hasta el martes…”

Y así sucesivamente.

13 de abril de 2012

Level 8



El videojuego tenía unos veinte o treinta niveles. Aunque algunos aventuraban que los niveles eran infinitos; otros, que solo eran diez pero que se repetían una y otra vez, añadiendo más velocidad, o enemigos, o algo así. No lo sabían a ciencia cierta: todos tenían una copia pirata, sin manual de instrucciones ni otras referencias.
Entre los compañeros de clase corría el rumor de que el primo del amigo del hermano mayor de uno había alcanzado el nivel 23. La mitad del aula desmentía esa hazaña; la otra mitad soñaba con igualarla.
César nunca pasaba del nivel 7. Se sabía los cuatro primeros de memoria: conocía todos los movimientos, secuencias optimizadas de acciones y demás trucos para sortearlos sin problema. Los niveles 5 y 6, en cambio, introducían factores de dificultad y aleatoriedad que hacían más complicado seguir ascendiendo; sin embargo, con un poco de práctica y buenos reflejos, llegaba con algunas vidas intactas al nivel 7. Pero ahí acababa la historia.
Intento tras intento, no lograba solventar los escollos (aparentemente) insalvables, puestos ahí por los programadores con toda la mala fe del mundo. Y tarde a tarde, después de la merienda, fracasaba en el objetivo de ver que había más allá. Quizás, pensaba en la derrota, no haya nada después.

Hasta que un día se produjo el milagro. Una combinación de suerte, casualidad, azar y un atardecer inspirado, lo puso de improviso en el nivel 8.
César no podía ni frotarse los ojos. Tras la breve pausa que daba el programa anunciando el siguiente estadio, ya había que ponerse en marcha. Apenas tenía tiempo para admirar la nueva pantalla, ese escenario tantas veces deseado, completamente desconocido, donde todo era nuevo, donde todo estaba por descubrir: los enemigos lo asediaban y, acostumbrado a repetirse durante siete escalones, César no sabía cómo reaccionar ante los nuevos ataques. El corazón le latía a mil por hora de la emoción y la adrenalina. Tenía que durar, no podía dejar pasar esa oportunidad. El nivel 8, por fin. Y después el 9, y el 10 y, por qué no, el 23. No la cagues ahora, César, no arruines todo. ¿Qué es eso? No, a ver, movéte para acá. Ahí, no, salí de ahí. ¡Cuidado! No me hagan eso. A ver… ¡No, así no! ¡Déjenme vivir! ¡Esperen, esperen, todos a la vez no! ¡Voy a perder! Voy a perder, voy a perder…
Y perdió.

Game Over.

En su entusiasmo juvenil, César lo intentó de nuevo: ni siquiera pasó del nivel 6. Probó una vez más, y cayó en el eterno 7. Desistió.
Apagó el aparato, se recostó en su cama, cerró los ojos, e intentó retener la imagen del nivel 8, de lo que llegó a percibir del nivel 8, de lo que creyó entrever en el nivel 8, de lo que imaginó haber visto en el nivel 8, de lo que hubiera significado ganar el nivel 8.
Al día siguiente fue a la escuela, compartió su gran logro con los compañeros, se vanaglorió el día entero de su conquista, exageró algunos detalles, inventó otros, se adjudicó destrezas inauditas, y se permitió tomarles el pelo a los amiguitos que no conseguían pasar del nivel 6. Cuando salió de clase y volvió a casa, guardó el juego en un cajón y no lo cargó nunca más.